[Op-Ed]¿Quién controla el nano futuro?
En un laboratorio de Bangalore, científicos manipulan moléculas para crear filtros que transforma
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En un laboratorio de Bangalore, científicos manipulan moléculas para crear filtros que transforman agua contaminada en potable a bajo costo. Mientras tanto, en Silicon Valley, inversores destinan millones a desarrollar nanotejidos "inteligentes" para consumidores de lujo. Esta es la distorsión que enfrenta la revolución nanotecnológica. Actualmente nos maravillamos con promesas casi mágicas (robots microscópicos navegando arterias o materiales autorreparables) pero debemos cuestionarnos sobre quién controlará realmente estas herramientas moleculares y a quién beneficiarán en un mundo profundamente desigual.
La nanotecnología no es ciencia ficción. Ya existen más de 1.600 productos comerciales que incorporan nanomateriales, según estudios recientes, y las inversiones mundiales superan los 20.000 millones de dólares anuales. La carrera por dominar lo infinitamente pequeño avanza vertiginosamente, pero ¿quién establece su dirección? Fritz Schumacher, padre del concepto "lo pequeño es hermoso", promovía tecnologías intermedias adaptadas a contextos locales, no soluciones de alta tecnología impuestas desde fuera. Irónicamente, ahora lo "nano" podría convertirse en lo más poderoso.
El acceso al agua potable ilustra perfectamente esta cuestión. Como señalan numerosos estudios, la nanotecnología ofrece soluciones revolucionarias para filtrar contaminantes a escala molecular. En Sudáfrica, investigadores desarrollan nanoesponjas capaces de absorber agua y atrapar impurezas simultáneamente. En India, científicos como Ashok Raichur trabajan en nanofiltros asequibles. Estos avances podrían ayudar a cumplir el Objetivo de Desarrollo Sostenible de garantizar agua limpia para todos, pero la brecha entre el laboratorio y el grifo comunitario sigue siendo inmensa.
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La temática crítica no es si podemos desarrollar estas tecnologías (evidentemente podemos) sino quién las controlará y cómo se distribuirán sus beneficios, pues aun cuando algunos países latinoamericanos como Brasil y México incrementan fondos para investigación nanotecnológica, otros como Bolivia carecen completamente de programas en esta área. Esta asimetría no es casual y refleja patrones históricos donde las tecnologías emergentes, desde la revolución verde hasta la biotecnología, prometieron erradicar problemas globales pero terminaron concentrando poder y riqueza y ampliando desigualdades. A falta de normativas de etiquetado internacional y marcos regulatorios adecuados, las tecnologías nano podrían repetir este patrón.
La colaboración Sur-Sur ofrece un contrapeso esperanzador. El programa conjunto entre India, Brasil y Sudáfrica para desarrollo nanotecnológico aplicado al tratamiento de agua demuestra que las potencias emergentes no se resignan a ser meros consumidores de innovaciones importadas. Lo mismo ocurre con iniciativas como Ti Bus en India o los sistemas de bombeo solar en Mozambique, que integran soluciones tecnológicas con necesidades sociales específicas, particularmente de mujeres y niñas, quienes tradicionalmente cargan con la responsabilidad de obtener agua para sus familias.
Importante es conocer si la nanotecnología puede escapar a las dinámicas de concentración de poder tecnológico que caracterizaron las revoluciones anteriores. Y la respuesta dependerá menos de lo que ocurra en laboratorios y más de las decisiones políticas que tomemos.
La arquitectura molecular del futuro puede exacerbar desigualdades o democratizar soluciones. La diferencia estará en quién controla los planos de construcción y a qué propósitos sirven. Si algo podemos aprender de la historia tecnológica reciente es que la nanotecnología, por sí misma, no resolverá la desigualdad global. Pero puesta al servicio de necesidades humanas fundamentales, con gobernanza participativa y distribución equitativa de beneficios, podría hacer que lo infinitamente pequeño genere cambios extraordinariamente grandes.
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