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'Titi' Myrtha Castro, maestra y cofundadora de Amparo de la Niñez en North Philadelphia. Fotos: Archivo Familiar.
'Titi' Myrtha Castro, maestra y cofundadora de Amparo de la Niñez en North Philadelphia. Fotos: Archivo Familiar.

‘Titi’ Myrtha: Maestra de la vida

El pasado 12 de octubre Myrtha Castro, cofundadora de Amparo de la Niñez falleció a los 64 años. Su legado vive en la memoria de miles de niños y adultos que…

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Si educar es un acto de inmortalidad (por aquello de lo que se aprende nunca se olvida), entonces Myrtha Castro no se ha ido. Por el contrario: le queda mucho, muchísimo tiempo entre nosotros.

La profesora puertorriqueña, que desde Amparo de la Niñez abrazó la educación de la infancia como una misión que Dios le encomendó, falleció el pasado 12 de octubre de complicaciones cardiacas.

Sin embargo, un legado de 30 años queda como testimonio de una vida dedicada a cultivar valores entre los niños del Norte de Filadelfia.

‘Titi’ Myrtha, como se le conoció, nació en Luquillo, una pequeña población costera al nororiente de Puerto Rico, el 16 de diciembre de 1952. Allí pasó su niñez, su adolescencia y los primeros años de su adultez.

Graduada de la Universidad de Puerto Rico, Myrtha fue en principio maestra de adultos. En la isla, enseñaba español a estudiantes de GED –General Education Development– que obligados por la necesidad habían abandonado sus estudios de secundaria. Aquí también enseñó en el Community College.

“Myrtha llevaba dentro del corazón su profesión. Era una vivencia, le encantaba lo que hacía”, recuerda Felipe Castro –‘Tío Felipe’, como lo llama todo el mundo–, su esposo.

De eso no cabe duda: basta escuchar la anécdota de aquella vez que logró que una señora de 60 años obtuviera un diploma GED para darse cuenta de la entrega y tenacidad con la que ejerció la pedagogía.

‘Titi’ Myrtha fue de ese tipo de maestras que no abandonan a sus estudiantes; una profesora cuyo éxito consistió en que sus alumnos superaran sus propias dificultades.

Su colega, la doctora Lucila Páramo, docente de la Universidad de Saint Joseph y del Philadelphia Community College, la recuerda como una mujer con un sentido ético inquebrantable.

“‘Titi’ fue una persona que tenía claro cuáles eran sus principios y su moral. Además tenía tacto humano, sabía cómo tratar a la gente, y eso es importante porque por medio de eso transmitía mucha seguridad”, afirma la doctora Páramo.

'Titi' Myrtha graduando a una de sus estudiantes.

'Titi' Myrtha graduando a una de sus estudiantes. 

Los valores cristianos y la defensa de la familia como principal institución socializadora fueron el faro que le dio dirección a su labor pedagógica.

Uno de sus amigos más cercanos fue el pastor Onix Iván Matos, de la iglesia Centro Cristiano La Roca y director de Radio Salvación, quien la recuerda como una educadora de varias generaciones.

“Myrtha fue maestra por muchos años; una mujer valiente y persistente que aportó muchos valores familiares a la comunidad”, expresa Matos al tiempo que señala la necesidad de “mantener vivo el legado que sembró”.

Otro amigo de la familia es el pastor José Miguel Roque, de la Primera Iglesia Cristiana Misionera, cuyo testimonio personal da cuenta de la huella que dejó Myrtha en miles de familias.

Dos de sus hijos son músicos gracias a su paso por Amparo de la Niñez, la organización que ella y ‘Tío’ Felipe crearon en 1988 para brindar educación artística –con valores cristianos– a miles de niños del norte de la ciudad.

Michael Roque, que ya está en los 40 años, toca saxofón y piano; David, su hermano menor, toca hoy en un templo en Florida gracias a que Irving Castro, el mayor de los hijos de ‘Titi’ Myrtha y ‘Tío’ Felipe, le enseñó a tocar bajo.

El pastor Roque dice estar “eternamente agradecido” con la familia Castro por esto, especialmente con Myrtha de quien dice que “fue una mujer muy entregada al trabajo con los niños. Se dedicó a organizar talleres y eventos donde los jóvenes tuvieron la oportunidad de exaltar sus talentos”.

Una huella imborrable

Desde 1988, Amparo de la Niñez ha atendido a miles de niños en el norte de Filadelfia.

Desde 1988, Amparo de la Niñez ha atendido a miles de niños en el norte de Filadelfia. 

Medir el legado de una persona cuando ya no está no es una tarea fácil, no porque no exista sino porque hay cosas que simplemente no se pueden cuantificar y no todos los seres humanos logran dejar un testimonio público de su paso sobre la faz de la tierra.

En el caso de Myrtha, ese testimonio fue multitudinario el pasado 20 de octubre en la Primera Iglesia Cristiana Misionera del Norte de Filadelfia, lugar donde más de 1.300 personas se dieron cita para verla por última vez y celebrar junto a su familia una vida dedicada a la misión de Cristo.

Isabel Salvá, cofundadora de Radio Salvación y amiga cercana de la familia Castro, asegura que Myrtha fue parte esencial de un proceso que involucró a muchas personas, empezando por su esposo y su familia.

“Myrtha dejó un legado de amistad, de amor, de trabajo y testimonio de lo que es ser un buen cristiano. Ese legado se queda en el corazón de todos los que la conocimos”, señala Salvá.

Si por legado entendemos aquello que perdura, como si de una huella imborrable se tratara, entonces Myrtha hace parte de los latinos de Filadelfia que han hecho mucho por su comunidad.

Desde que abrió sus puertas en 1988, Amparo de la Niñez ha atendido a miles de niños latinos y no latinos, cristianos y no cristianos, ofreciendo actividades de teatro, canto y paseos. La meta: dejar un aprendizaje sobre qué hacer con el tiempo libre.

El reverendo Luis Cortés, CEO de Esperanza, agradeció a Dios “por el tiempo que estuvo con nosotros”.

Para él, la obra de ‘Titi’ fue una bendición para la comunidad porque ante todo Myrtha fue una “mamá tradicional puertorriqueña que así como amó a sus hijos, los corrigió cuando tuvo necesidad y les exigió altos estándares”.

El reverendo la describe como “una mujer que protegía a todos los niños como si fueran los suyos”.

Ese amor ilimitado por la niñez fue lo que la hizo asumir como misión propia, junto a su esposo, la labor de inculcar valores a miles de infantes.

Amor eterno

Myrtha y Felipe Castro se conocieron en Luquillo, Puerto Rico, en 1965, cuando tenían 13 años de edad.

Myrtha y Felipe Castro se conocieron en Luquillo, Puerto Rico, en 1965, cuando tenían 13 años de edad. 

No todos los seres humanos tienen la suerte que tuvieron ‘Titi’ Myrtha y ‘Tío’ Felipe: conocer al amor de su vida cuando esta apenas comienza es como ganarse la lotería en el primer intento.

La vida y el legado de ‘Titi’ no pueden comprenderse sin tener en cuenta a su compañero de siempre. Ella tenía 13 años cuando lo conoció. Él también.

El encuentro se dio en 1965, en el barrio San Vicente, de Luquillo. Era la boda de una prima de ella a la que los papás de él asistieron como padrinos de los recién casados.

Fue amor a primera vista –“puppy love”, como lo llama él–. “Nos miramos y quedamos prendados desde aquel entonces”, rememora.

Eran tiempos en los que la instantaneidad no existía y las distancias se medían en “horas a pie”; una época en la que las miradas fijaban en la memoria otros signos y otras formas de decir las cosas.

No había más, sin teléfono ni internet, lo que les quedaba era lápiz y papel para cortar la distancia entre El Yunque y Luquillo.

El amor epistolar evolucionó y las frases infantiles le dieron paso a versos más elaborados: “Si Dios un día cegara toda fuente de luz, el universo se cegaría con esos ojos que tienes tú”, le escribía Felipe al término de cada carta.  

Tres años después, a los 16, él pidió “entrada en su casa”. “Yo rápido me le declaré. La palabra clave de aquella época era ‘quieres ser novia mía’. Así, sencillo, no se podía perder tiempo”, recuerda este hombre de 65 años que tras pasar 42 al lado de Myrtha ahora se ve enfrentado a la necesidad de aprender a vivir sin ella.

A Felipe le gustó la seriedad de ‘Titi’, le gustó el carácter de esa mujer. En 1975, a los 23 años, se casaron.

“Me ayudó a ser un mejor hombre, porque sin discutir, dejaba que se me pasara el coraje y después me decía “papito, no es así mi amor, tú tienes que pensar antes de hablar”, cuenta mientras repasa con la mirada las innumerables fotos familiares que cuelgan en las paredes  del sótano de su casa.

Las fotos, esas ventanas al pasado, están presente en cada rincón donde transcurrió la vida de Myrtha.

Decenas de álbumes están a la mano de cualquier curioso que quiera echar un vistazo.

Eso fueron los Castro, un libro abierto lleno de anécdotas en todos los tamaños y todos los colores.

Myrtha y Felipe Castro se casaron en 1975.

Myrtha y Felipe Castro se casaron en 1975.

Eso es lo que ahora le queda a ‘Tío’ Felipe:  un montón de memorias en blanco y negro, de los años en Puerto Rico; en sepia, de los primeros días en Filadelfia; a color, de los años noventa; digitales, de las que ya nadie imprime.

Unas cuantas polaroid muestran a la joven pareja con sus tres hijos –Irving, Mergie y Nelving–, echando raíces en Filadelfia desde que llegaron en 1980. Él vino para mejorar su inglés y ampliar su horizonte profesional: de la Royal Insurance Company en Puerto Rico, pasó a trabajar por 18 años en el Philadelphia Stock Exchange.

Ella en principio se dedicó a criar a sus hijos, el plan era regresar a la isla cinco años después. Estudió una maestría en La Salle, y tenía todo listo para regresar a la isla en 1987, donde la esperaba un trabajo seguro con la Universidad Panamericana de Fajardo.

El llamado

'Titi' Myrtha en una de sus actividades con los niños de Amparo de la Niñez.

'Titi' Myrtha en una de sus actividades con los niños de Amparo de la Niñez. 

Nada de eso sucedió. Una experiencia personal cambió los planes de Myrtha en marzo del 88. “Ahí surgió el llamado al ministerio”, explica Felipe; un momento difícil de explicar entre Myrtha y Dios.

Los esposos Isabel y Sarrail Salvá, fundadores de Radio Salvación (emisora cristiana con 30 años al aire) tuvieron mucho que ver en ese proceso.

En la misma época en la que Myrtha y Felipe planeaban su regreso a la isla, el pastor Sarrail les propuso crear un programa radial que llevase el mensaje de Dios a la niñez.

La idea del pastor fue ratificada por el Señor y los Castro se pusieron manos a la obra.

El 21 de mayo de 1988 empezó a sonar ‘Una hora feliz con los soldaditos de Jesús’.

Isabel Salvá recuerda que “el programa se fue convirtiendo en otras cosas, le fue dando paso a otras actividades”. Entre ese mayo y enero del 89, las ondas de los ‘Soldaditos de Jesús’ alcanzaron a tanta gente, que cada vez más niños quisieron ser parte del equipo.

Amparo de la Niñez nació de la necesidad de brindarles un espacio a quienes querían participar.

“Myrtha siempre tuvo el anhelo de que los muchachos crecieran integralmente”, recuerda Isabel, y añade que el ministerio de Myrtha y Felipe ha suplido necesidades grandes: “Rescataron a muchos niños que hoy en día son adultos muy productivos”.

Amparo de la Niñez cumplirá pronto tres décadas de servicio. Salvá describe a ‘Titi’ Myrtha y a ‘Tío’ Felipe como un equipo perfecto que protagonizó “una historia de amor y sacrificio al servicio de Dios”.

'Tío' Felipe y 'Titi' Myrtha celebrando la Navidad en la década de los 90.

'Tío' Felipe y 'Titi' Myrtha celebrando la Navidad en la década de los 90. 

Esa historia continúa con él, que sabe que la mejor forma de honrar la memoria de su esposa es seguir con el ministerio.

“Myrtha era una mujer callada, tranquila y segura de sí misma, [siempre] con la meta de alcanzar más niños para hacer hombres y mujeres de bien en nuestra comunidad y nuestra ciudad. Ese trabajo es el que me estimula a continuar con su legado”.

Uno de los últimos mensajes que Myrtha leyó en su iglesia hablaba sobre la belleza del dolor, esa idea de que cada tormenta viene con su calma y a cada tristeza la acompaña un consuelo. El consuelo de quienes la conocieron está precisamente en su legado: el de una mujer que lo dio todo por la más nobles de las causas: educar a chicos y grandes.

 

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